Honduras

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Centroamérica escenifica un crimen relacionado con elecciones. Un golpe militar en Honduras ha depuesto al presidente Manuel Zelaya y lo ha expulsado del país.

El golpe repite lo que el analista en asuntos latinoamericanos Mark Weisbrot llama “una historia recurrente en Latinoamérica”, enfrentando a “un presidente reformista respaldado por sindicatos laborales y organizaciones sociales con una elite política corrupta, mafiosa, gobernada por las drogas, acostumbrada a escoger no sólo la Suprema Corte y el Congreso sino también al presidente.

La corriente principal de opinión pública describe al golpe como un desafortunado regreso a los malos días de hace décadas. Pero eso es equívoco. Se trata del tercer golpe de Estado en la última década, todos ellos conformando la “historia recurrente”.

El primero, en Venezuela en 2002, fue respaldado por la administración de Bush que, empero, se retractó luego de agudas críticas latinoamericanas y de la restauración del gobierno elegido a través de manifestaciones populares.

El segundo, en Haití en 2004, se concretó a manos de los torturadores tradicionales del país, Francia y Estados Unidos. El presidente electo, Jean Bertrand Aristide, fue llevado en secreto a África Central.

Lo novedoso del golpe en Honduras es que Washington no lo ha respaldado. En cambio, Estados Unidos se unió a la OEA y se opuso a la toma de poder, aunque vociferó una condena más suave que otros, y no ha actuado al respecto. Contrariamente a lo que han hecho países vecinos, Francia, España e Italia, Estados Unidos no ha retirado su embajador.

Sobrepasa la imaginación que Washington no tuviera conocimiento anticipado de lo que se fraguaba en Honduras, país altamente dependiente de la asistencia estadounidense y cuyo ejército es armado, entrenado y asesorado por Estados Unidos.

Las relaciones militares han sido estrechas desde la década de los ’80, cuando Honduras fue base de la guerra terrorista del presidente Reagan contra Nicaragua. Que la “historia recurrente” se repita una vez más depende en gran medida de las reacciones dentro de Estados Unidos.

Noam Chomsky.

Fragmento © The New York Times Syndicate y La Voz del Interior

www.lavoz.com.ar/nota.asp?nota_id=533074



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